El magnicidio: Trujillo y sus 61 años bajo tierra

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Trujillo.

El 30 de mayo cayó el tirano, sonaron las campanas a rebato. Ese día nació la libertad en este desdichado país. El magnicidio estremeció los cimientos de la República y marcó un nuevo nacimiento. Ese hecho partió la historia nacional: tan conmovedor fue, que divide el siglo XX en antes y después de Trujillo.

Son muy hondas las raíces del trujillato y la muerte de la bestia. Los magnicidas eran estrechos colaboradores del monstruo. Pienso que fueron traidores heroicos. El heroísmo no está exento de bajezas: pasiones bajas, instintos oscuros, deseos sombríos. El trujillicidio repitió el ciclo de las aventuras más patrióticas. Un puñado de servidores se rebelaron contra su patrón, lo emboscaron y lo asesinaron a tiros. Lo hicieron en busca de la libertad, aunque animados por razones insaciables.

“Los magnicidas actuaron por una fuerza poderosa: la venganza, esa espada que siempre acecha a los tiranos. Cierto, la trama está cargada de patriotismo, pero aún más de enconos personales. Los ajusticiadores actuaron por instinto sangriento: fueron presas de pasiones humanas. Subrayo las verdaderas motivaciones: venganza de sangre, recuperación del honor familiar, restitución de la dignidad. Así, Antonio de la Maza vengó a su hermano Octavio de la Maza; Antonio Imbert Barrera a su hermano Segundo, y el teniente Amado García Guerrero recuperó su dignidad. El general Juan Tomás Díaz vengó una humillación doble: la suya y la de su hermano Modesto. Ambos trataron infructuosamente de sacar de la embajada brasileña a su hermana Gracita y su sobrino Nabú Henríquez. El Jefe los recriminó y los humilló con palabrotas y bofetadas. No fue todo: a García Guerrero lo obligaron a romper su compromiso sentimental con una joven que tenía un hermano desafecto y tuvo que matar a su mismo cuñado indefenso. Esta mancha de sangre se rebeló contra el tirano”. (Ling Almánzar: “Manolo: la ilusión heroica”, Editora El Nuevo Diario, 2021.)

Pedro Livio Cedeño dirigía la fábrica de baterías. Imbert Barrera administraba Mezclalista. Antonio de la Maza había sido gobernador y alto funcionario, dueño de aserraderos inclusive. Juan Tomás Díaz era un militar bien pesado, y su hermano Modesto era un peón incondicional, pero con gran ambición política.

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