Una gestión económica prudente y los ciclos económicos

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José B. González.

Por José B. González

Una de las preocupaciones de los filósofos antiguos estaba relacionada con el cambio, lo que implica un movimiento o cambio de las cosas. De esta manera, Heráclito planteaba que nadie puede bañarse dos veces en un mismo río, refiriéndose al fluir del agua dentro del río y el cambio del tipo de agua que ello supone. También se le atribuye al mismo la frase o la idea de que en la vida “todo cambia” y si hay alguna constante, esa constante es el cambio.

Aunque esto parece ser muy evidente, otros, como Parménides, sostenían la no existencia del cambio o movimiento. En tal sentido, si el mismo ocurría podía deberse a una percepción sensorial, o percepción de los sentidos que son los medios a través de los cuales nos aproximamos a la realidad de las cosas y de las situaciones en que ocurren en los eventos del mundo que nos rodea.

Sea cual sea nuestra preferencia filosófica, la experiencia nos sitúa en escenarios cambiantes, tanto a nivel global, regional como nacional y familiar. Lo cual, en lo económico se traduce en fluctuaciones o cambios de la actividad económica (que incluye producción, distribución e intercambio); esto oscila entre periodos de bonanzas o de recuperación y otros de limitaciones más o menos importantes de la misma. A estos se les conoce en la literatura económica como ciclos económicos, por la naturaleza cíclica y recurrente en que se manifiestan los mismos siguiendo ciertos patrones de regularidad.

En realidad, no es nada nuevo. En la época de los faraones de Egipto y hasta en las narraciones bíblicas de los años de “vacas gordas y de vacas flacas” vemos de manera muy gráfica, lo que la historia económica permite corroborar una y otra vez, y es la sucesión cuasi-infinita de periodos más o menos prolongados de abundancia, seguidos de periodos iguales o distintos en longitud de escasez. Este comportamiento no siempre es igual en todos los países ni en todas las regiones. Tampoco se manifiesta, necesariamente igual en todos los mercados, sin embargo, es significativo que se muestra como una tendencia que se repite y se puede hasta generalizar.

Es algo parecido a lo que observamos a lo largo de la historia, cuando, por alguna razón, eventos tales como una pandemia, que ha diezmado la población en una región, contenido o a nivel mundial, la misma ha venido seguida de una manera que desafía toda explicación, por un conflicto bélico que compromete la economía, el bienestar y la paz de muchos países (incluso de aquellos no directamente relacionados con el mismo) y luego, por una hambruna debido a la escasez de alimento, agua y fuentes estratégicas de energía. (Cualquier similitud con la realidad no es coincidencia).

Los ciclos económicos han sido muy bien estudiados por la teoría económica. Ningún economista desconoce la teoría de los ciclos económicos. En algunas de ellas se clasifican por su duración, como la de los ciclos cortos o de Kitchin de 40 meses (concepto.de) (alrededor de 3años y medio), los de Juglar (8 años y medio) los de Kondratiev que pueden fluctuar entre 50 y 60 años (economía y finanzas), entre otros.

En cada uno de esos tipos de ciclos verificamos, episodios de expansión y auge (aumento significativo) de la actividad y el crecimiento económico (lo cual implica mayor nivel de empleo de las fuerzas productivas con mayores niveles de ingreso), seguidos por la ralentización o desaceleración de dicho crecimiento y luego la crisis o caída importante del ritmo de dicha actividad (economipedia) con la subsecuente disminución del nivel de ocupación e ingreso, para luego reiniciar una fase de recuperación económica para reiniciar el ciclo.

La longitud de estas fases puede variar, así como el tiempo de duración de los ciclos y el tipo de ciclos también. De forma que, dependiendo del momento histórico, cultural y socioeconómico que se esté viviendo, y de la duración de estas fases, podemos hablar de una desaceleración del ritmo de crecimiento de la economía y que puede ser seguida de una recesión transitoria de corta duración (quizás de seis meses o más) o de una depresión económica prolongada y hasta de una “Gran depresión” profunda y extensa como la acontecida en el periodo comprendido entre 1929 a 1933, con toda la secuela de desempleo, contracción de la producción, disminución significativa de los precios y de la calidad de vida de la población.

Ante tales acontecimientos, la capacidad predictiva y el genio estratégico de los gestores de las políticas publicas se hacen en gran manera deseable, toda vez que programas sociales de subsistencia y ayuda podrían no ser suficiente para conjurar el maleficio de las vicisitudes económicas que tal situación acarrea. Es por ello que un ministro de hacienda con la sabiduría de José en el Egipto imperial o la Administración de Norteamérica en tiempos de Roosevelt. Es también en estos tiempos en que la buena y prudente gestión económica es mas exitosa si se hace acompañar de una coherente y apropiada política económica fundamentadas en principios y/o planteamientos económicos acertados. Tal cosa ha ocurrido en el pasado aun cuando ello implicó la ruptura con paradigmas bien difundidos y ampliamente aceptados.

Demás está decir que ello requirió una visión administrativa y unas medidas económicas y de gestión de la cosa pública tanto adecuadas como oportunas, sin mencionar el hecho de lo innovadores y eficaces que resultaron ser las. Es por eso que estas medidas y programas son tan aleccionadoras para nosotros hoy en día como la visión y el accionar del liderazgo político, económico y social que fue necesario para su implementación.

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