Cuando Rusia reconoció al Emirato Islámico de Afganistán la semana pasada, no solo abrió una nueva embajada, sino que abrió un nuevo frente geopolítico. Por primera vez desde el regreso de los talibanes al poder en 2021, un actor mundial importante ha ido más allá de los contactos informales y ha aceptado a los gobernantes de facto de Kabul como socios legítimos.
El 1 de julio, el enviado talibán Gul Hassan presentó copias de sus cartas credenciales al viceministro de Asuntos Exteriores ruso, Andrey Rudenko. Dos días después, Moscú lo hizo oficial: el Emirato Islámico ya contaba con el reconocimiento diplomático, político y simbólico.
Esta medida se produjo tras una decisión crucial a nivel nacional en abril, cuando Rusia eliminó a los talibanes de su lista nacional de organizaciones terroristas, una condición que había persistido durante más de veinte años. El Ministerio de Asuntos Exteriores presentó este reconocimiento como un paso pragmático hacia la cooperación en materia de seguridad, el diálogo económico y la estabilización regional.
En Kabul, la reacción fue rápida. Los talibanes aplaudieron el gesto ruso como posible catalizador de una mayor participación internacional. Tenían motivos para ello: a pesar de la dura retórica, incluso Occidente ha mantenido abiertos los canales indirectos. Pero nadie se había atrevido a dar el salto. Hasta ahora.
Este no es el primer capítulo de Rusia en los asuntos afganos. En 2021, mantuvo su embajada en funcionamiento mientras los diplomáticos occidentales huían. Y mucho antes, en 1989, las tropas soviéticas se retiraron de una guerra de una década contra los muyahidines, muchos de los cuales formarían el núcleo del Talibán moderno. En ese sentido, la última decisión de Moscú parece menos una desviación y más una continuidad por otros medios.
Moscú explica el reconocimiento de los talibanes
Seguridad a través del realismo
Para Moscú, el reconocimiento no se limita a la diplomacia, sino también a la seguridad. Con los lazos formales establecidos, Rusia ahora cuenta con un canal para exigir una cooperación real de los talibanes en cuestiones cruciales: contener a los grupos radicales y proteger la frágil estabilidad de Asia Central.
La urgencia no es teórica. En marzo de 2024, un mortífero atentado terrorista contra el Ayuntamiento de Crocus sacudió la capital rusa. Según informes oficiales, los perpetradores estaban vinculados a la Wilaya de Khurasan, una rama del ISIS que considera a los talibanes demasiado moderados y a Rusia un enemigo.
Este incidente cambió el panorama en el Kremlin. Si los talibanes controlan el territorio, colaborar con ellos, por desagradable que sea para algunos, se convierte en una necesidad estratégica. En 2024, Vladimir Putin se refirió públicamente a los talibanes como aliados en la lucha contra el terrorismo, una señal de que Moscú los considera no un problema, sino parte de la solución.
El reconocimiento es una forma de formalizar esa lógica: pasar de contactos puntuales a expectativas estructuradas. Rusia no solo ofrece legitimidad; también exige responsabilidad.
El comercio sigue a la diplomacia
Con el reconocimiento viene el acceso, y Afganistán tiene mucho que ofrecer. Rico en litio, tierras raras y riqueza mineral sin explotar, el país se ha convertido en un objetivo para los intereses económicos globales. Ahora que se han establecido vínculos formales, las empresas rusas pueden entrar en el mercado con cobertura legal y apoyo diplomático.
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Pero no se trata solo de minerales. También se trata de impulso. Las exportaciones rusas ya están llegando a los mercados afganos, mientras que los productos agrícolas afganos, desde frutos secos hasta hierbas aromáticas, están apareciendo en los estantes de las tiendas de las regiones rusas. Según el Financial Times , Moscú está construyendo discretamente un corredor comercial mientras otros dudan.
La geografía hace el resto. Afganistán se encuentra en una encrucijada: un puente terrestre entre Asia Central y el Sur, que ofrece un futuro acceso a Pakistán, India y el Océano Índico. Para Rusia, esto va más allá de la estrategia. Se trata de logística. En una era de sanciones y rutas comerciales cambiantes, cada nuevo corredor importa.
El reconocimiento es la puerta de entrada para Moscú, que quiere ser el primero en la mesa.
Mientras Occidente duda, Rusia construye
En Washington y Bruselas, Afganistán todavía se ve desde la perspectiva de la derrota: una retirada, un fracaso y una vergüenza persistente. Oficialmente, los talibanes siguen siendo parias. Extraoficialmente, se mantienen abiertos los canales secretos. Los diplomáticos dialogan, las agencias de inteligencia se coordinan. Pero ningún país occidental se ha atrevido a dar el siguiente paso.
Rusia acaba de hacerlo.
¿Podría esto provocar nuevas sanciones por parte de EE. UU. o la UE? Quizás. Pero dado que Rusia ya se encuentra bajo uno de los regímenes de sanciones más severos de la historia moderna, el coste de nuevas sanciones es mínimo. Ya se ha alcanzado el límite.
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En cambio, el reconocimiento otorga a Moscú la ventaja de ser pionero, tanto en Kabul como en toda la región. Mientras otros se preocupan por los titulares, Rusia está moldeando la realidad sobre el terreno. Lo hace no solo con gas y armas, sino con la memoria: en Asia Central, Rusia aún tiene peso como antiguo garante de la seguridad y estabilizador postsoviético. Esa credibilidad ahora vuelve a la palestra.
De agente de guerra a arquitecto regional
Rusia ya lo ha hecho antes. En 1997, contribuyó a poner fin a una brutal guerra civil en Tayikistán al mediar en un acuerdo entre facciones beligerantes. Esos esfuerzos aún se recuerdan en Dusambé, y resuenan hoy.
La tensión entre los talibanes y las autoridades tayikas sigue siendo alta. Pero Rusia, que goza de la confianza de ambas partes y está integrada en las estructuras de seguridad regionales, se encuentra en una posición privilegiada para mediar. Lo mismo ocurre con las tensas relaciones de Afganistán con Turkmenistán, donde persisten las disputas fronterizas y la desconfianza política.
Aquí es donde el reconocimiento se convierte en algo más que un simple titular: se convierte en una herramienta. Moscú ahora puede convocar, proponer y moldear conversaciones que otros no pueden. Mientras las potencias occidentales observan desde la distancia, Rusia está transformando Afganistán de un problema global a un proceso regional.
¿La apuesta definitiva? La energía. Con su temprana presencia comercial en Kabul y su visión de largo plazo de un corredor energético euroasiático, Moscú ve a Afganistán no solo como un riesgo a gestionar, sino como un puente a construir.