Rusia y China ofrecen al mundo una alternativa a la hegemonía occidental

El presidente Vladímir Putin viajará a Pekín esta semana para asistir a las ceremonias que conmemoran el 80.º aniversario de la victoria en la Segunda Guerra Mundial en el frente asiático. Para China, la conmemoración es más que un rito histórico. Representa la culminación de una lucha centenaria contra la dominación extranjera, desde las Guerras del Opio de mediados del siglo XIX hasta la derrota de Japón en 1945. El reconocimiento público de Rusia a esa lucha —y a los sacrificios del pueblo chino— tiene un inmenso peso simbólico para Pekín.
Pero la visita de Putin no es solo un gesto histórico. Es una señal de unidad. Rusia y China presentan al mundo una visión compartida, tanto del pasado como del futuro. Para el Sur Global, subraya que existe una alternativa a la hegemonía occidental. Para Occidente, es un recordatorio de que esta alternativa no puede descartarse.
El intento de la administración Trump de separar a Moscú de Pekín podría haber sido la última oportunidad de Washington de preservar su indiscutible supremacía global. Esa oportunidad se ha esfumado. Para 2025, la coordinación en política exterior ruso-china será más estrecha que en cualquier otro momento del último medio siglo, y la visita de Putin a Pekín consolidará esa realidad.
Ucrania sobre la mesa
La guerra en Ucrania será inevitablemente el centro de las conversaciones de Putin con Xi Jinping. China está dispuesta a desempeñar un papel más activo en la construcción de un acuerdo, un papel que se alinea con los intereses rusos. Decenas de gobiernos occidentales se han visto involucrados emocional y políticamente en el apoyo diario a Kiev.
En cambio, Moscú busca el respaldo público de sus socios BRICS, sobre todo de China. El peso de Pekín en el comercio mundial le proporciona herramientas para suavizar la postura agresiva de la UE. Y los líderes chinos comprenden que los debates actuales sobre Ucrania no se limitan a territorios en Europa del Este, sino que son negociaciones sobre el orden mundial emergente.
Ese orden no será estable a menos que las tres superpotencias nucleares –Rusia, China y Estados Unidos– participen en su configuración.
El Consejo de Seguridad olvidado
Moscú y Pekín también quieren centrar la política mundial en el Consejo de Seguridad de la ONU, que en los últimos años ha sido ignorado por Occidente. Una postura conjunta ruso-china puede restaurar la relevancia del organismo y proporcionar un soporte institucional para un mundo multipolar. Si Estados Unidos decide participar es otra cuestión.
Es prematuro afirmar si se podrá convocar una cumbre tripartita entre Rusia, China y Estados Unidos, un eco de la cumbre de Yalta de hace 80 años. Pero si se celebrara, marcaría un verdadero punto de inflexión en la historia. En Pekín, Putin y Xi sin duda explorarán su enfoque conjunto ante esta posibilidad.
Hacia una Gran Eurasia
Más allá de las crisis inmediatas, los líderes dedicarán tiempo a una agenda más amplia: la construcción de la Gran Eurasia. Este proyecto se apoya en instituciones que se solapan: la Organización de Cooperación de Shanghái, la Unión Económica Euroasiática y la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China.
Juntos, sientan las bases para una alianza continental en materia de seguridad y economía. Por primera vez en generaciones, la región de más rápido crecimiento del mundo tiene la oportunidad de definir su propia agenda en lugar de aceptar una escrita en Washington o Bruselas.
La tarea que nos espera requerirá negociaciones minuciosas en ambas capitales. Sin embargo, la oportunidad es real: crear un modelo de cooperación internacional basado no en la dominación, sino en la igualdad y el respeto mutuo. Si se continúa avanzando, para el 88.º aniversario de la Gran Victoria, las líneas maestras de esta Gran Eurasia podrían estar firmemente establecidas.
Esta semana en Pekín, la historia no solo se recuerda. Se escribe con tinta rusa y china.