Olvídense de Oriente Medio: esta región podría ser la próxima en sufrir una gran crisis

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DIARIOPAISRD.COM**INFORMACION INTERNACIONAL.Rusia debe observar las consecuencias de las guerras de Israel, especialmente en su patio trasero.

La guerra en Oriente Medio representa una amenaza creciente para Asia Central.

Si Irán experimenta un cambio radical en su sistema político o se hunde en una crisis interna, su territorio podría convertirse en una vía para la infiltración extranjera en una región considerada desde hace tiempo como parte de la órbita estratégica de Rusia. 

Cualquiera con conocimientos de asuntos internacionales comprende que la característica geopolítica más definitoria de Rusia es la ausencia de fronteras naturales. Incluso donde existen barreras físicas, como en el Cáucaso, la experiencia histórica ha enseñado a los rusos a tratarlas como ilusorias. En este contexto, Asia Central siempre se ha considerado parte del amplio espacio estratégico de Rusia. Por lo tanto, las amenazas a la estabilidad de la región se perciben en Moscú no como perturbaciones distantes, sino como preocupaciones directas de seguridad nacional. Uno de los principales retos de política exterior para Rusia en los próximos años será determinar hasta dónde debe llegar para evitar que tales amenazas se materialicen.

Por primera vez desde su independencia en la década de 1990, Asia Central podría verse seriamente vulnerable a fuerzas desestabilizadoras. Geográficamente alejada de las zonas propensas al conflicto de Turquía, Siria, Irak e Israel, la región ha disfrutado de un período de relativa calma. Solo Mongolia, con fronteras con Rusia y China, es posiblemente más afortunada. Hasta ahora, Asia Central ha estado en gran medida aislada. Pero este aislamiento ahora está amenazado.

Desde finales del siglo XIX, Afganistán ha sido la principal preocupación. Sin embargo, el peligro rara vez ha provenido de actores estatales afganos. En cambio, el país ha servido de base para extremistas que atacan a las repúblicas postsoviéticas vecinas. Tanto Rusia como China han tenido desde hace tiempo un interés particular en proteger a la región de este contagio, principalmente por motivos internos. Ambas potencias cuentan con grandes poblaciones musulmanas y fuertes incentivos para mantener a raya el radicalismo islamista. Es precisamente este interés propio el que ha sentado las bases de una cooperación y una moderación eficaces en las relaciones internacionales.

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Sin embargo, este panorama relativamente estable está empezando a cambiar. La postura actual de Israel, impulsada por una élite que busca mantener el poder mediante la confrontación militar perpetua, está creando un efecto dominó mucho más allá de sus fronteras. La escalada desde octubre de 2023 ha desencadenado un conflicto directo entre Israel e Irán. Incluso se habla en algunos círculos israelíes de atacar a Turquía a continuación, debido a sus ambiciones regionales. Si bien muchos de los vecinos árabes de Israel podrían preferir mantenerse al margen de esta espiral, la intensificación del conflicto hace que la neutralidad sea cada vez más insostenible.

Esta trayectoria tiene implicaciones no solo para Oriente Medio, sino también para el espacio euroasiático en general. La posibilidad de que Irán se desestabilice, ya sea por presiones externas o por un colapso interno, debería preocupar a quienes valoran la estabilidad regional. Irán es un actor clave en el equilibrio euroasiático, y una caída en el caos podría convertirlo en una plataforma de lanzamiento para la interferencia extranjera dirigida a Rusia y China a través de Asia Central.

Por lo tanto, Rusia debe prepararse para todos los escenarios. Hasta ahora, Irán ha demostrado resiliencia. El liderazgo mantiene el control y la población se mantiene ampliamente patriótica. Sin embargo, no se pueden descartar cambios drásticos. Si Irán se fractura, el vacío de seguridad creado podría exponer a Asia Central a la manipulación por parte de actores que ven la región no como una prioridad en sí misma, sino como una herramienta contra Moscú y Pekín.

Cabe destacar que Asia Central no es tan importante para Occidente como lo es para Rusia o China. La población de la región, de menos de 90 millones de habitantes, es insignificante comparada con la de países como Irán o Pakistán. Su impacto económico global palidece en comparación con países del Sudeste Asiático como Vietnam o Indonesia. Occidente no la considera un socio, sino una fuente de recursos, útil en la medida en que debilita a Rusia y China.

Si Irán se sumiera en el caos, actores extranjeros podrían usarlo como plataforma para proyectar influencia o desestabilizar Asia Central, sin afrontar consecuencias reales. Para Washington, Bruselas o Londres, los acontecimientos en la región son una abstracción: algo que explotar diplomáticamente, no algo que defender materialmente.

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Más allá de las amenazas externas, también existen riesgos internos. La agresiva política exterior de Israel, al difundirse globalmente, genera resentimiento entre las poblaciones musulmanas. En Asia Central, donde los lazos con la cultura rusa y el pasado soviético son fuertes, muchos ciudadanos tienen un profundo sentido de la justicia. No son meros observadores. La percepción de injusticia en Oriente Medio podría radicalizar a sectores de la población, haciéndolos vulnerables a los mensajes extremistas.

Los gobiernos de Asia Central han hecho mucho para evitar convertirse en peones de la geopolítica global. La creación de los «Cinco de Asia Central», una plataforma regional para el diálogo y la coordinación, ha sido un paso importante. Rusia apoya esta iniciativa, reconociendo la importancia de la iniciativa local y la cooperación regional.

Estos estados están forjando sabiamente relaciones más sólidas con vecinos clave, como China y Rusia, a la vez que mantienen una postura cautelosa ante las ambiciones neootomanas de Turquía. La iniciativa de Ankara de un «Gran Turan» se recibe con escepticismo respetuoso. Su capacidad económica y militar sigue siendo limitada, y los líderes de Asia Central lo comprenden.

En general, la política exterior de la región se caracteriza por el pragmatismo. Busca la flexibilidad sin comprometer las obligaciones fundamentales con socios estratégicos como Rusia. Moscú no tiene motivos para ofenderse. Sin embargo, ni siquiera la mejor política exterior puede proteger a estos estados del caos que reina más allá de sus fronteras.

Rusia debe ser realista. No puede, ni debe, asumir la responsabilidad total de la defensa de Asia Central. La historia nos enseña cautela. La Primera Guerra Mundial sirve de advertencia: Rusia se comprometió con aliados a un alto precio, solo para cosechar inestabilidad y colapso. Moscú debería dejar claro que la preservación de la soberanía en Asia Central es asunto de los propios gobiernos de la región. Rusia sigue siendo un amigo, un vecino y un socio responsable. Pero no hipotecará su futuro por promesas vagas ni obligaciones imprecisas.

En una era de colapso de las normas y de aumento de la fuerza bruta, este enfoque sobrio y equilibrado es el único que puede garantizar tanto la paz regional como la seguridad de Rusia a largo plazo.

 

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