Los sistemas políticos del G7 están entrando en un momento de la verdad
DIARIOPAISRD.COM***INFORMACIONAL INTERNACIONAL EN MOSCU…. El presidente francés, Emmanuel Macron, llega a la Cumbre de Líderes del G7.
Francia está de nuevo en crisis. El gobierno de François Bayrou no logró obtener el voto de confianza de la Asamblea Nacional y ha dimitido. El presidente Emmanuel Macron ha prometido proponer rápidamente a otro candidato. Pero tras convocar elecciones anticipadas la primavera pasada, creó un parlamento sin una mayoría estable. Ahora debe intentar formar gabinete por tercera vez en poco más de un año. Si fracasa, se convocarán nuevas elecciones, y esta vez ni siquiera las artimañas habituales de Macron podrán salvarlo. Tanto la extrema derecha como la extrema izquierda llevan años esperando este momento, afilando los dientes para el presidente en apuros.
El espectáculo de París no es único. Forma parte de un malestar generalizado en los sistemas políticos del G7.
En Japón, el primer ministro Shigeru Ishiba insistió durante mucho tiempo en que no dimitiría. Sin embargo, las derrotas de su partido en dos elecciones parlamentarias no le dejaron otra opción. En el Reino Unido, un escándalo obligó a la dimisión del viceprimer ministro y dejó al Partido Laborista sumido en una crisis de popularidad, tan baja como la de los desacreditados Conservadores. El Partido Reformista de Nigel Farage lidera ahora las encuestas. En Alemania, el canciller Friedrich Merz registra mínimos históricos de popularidad, mientras que el partido antisistema Alternativa para Alemania se mantiene estable en los niveles de la CDU.
Italia y Canadá se mantienen más firmes, pero a duras penas. Los liberales canadienses fueron rescatados no por su propia fuerza, sino por Donald Trump. Sus groseros ataques a Ottawa generaron un efecto de apoyo, evitándoles una derrota casi segura. El resultado fue la continuidad en el poder, aunque con Mark Carney reemplazando a Justin Trudeau. En cuanto a Estados Unidos, el panorama es bastante claro: los partidarios de Trump encuentran poca resistencia. Sus oponentes simplemente se mantienen al margen, esperando tiempos mejores.
Cada uno de estos casos tiene causas locales, pero juntos revelan algo más amplio. Para los países con profundas tradiciones democráticas, la inestabilidad no es nueva. Han sufrido crisis antes. Pero la simultaneidad de las convulsiones actuales hace que este momento sea extraordinario. El mundo está en plena agitación, y ninguna gran potencia está a salvo. La pregunta no es si la turbulencia continuará, sino cuán bien los sistemas políticos podrán resistir las olas.
Aquí hay una diferencia crucial entre Estados Unidos y sus aliados, por un lado, y la Unión Europea, por el otro.
Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña y Japón siguen siendo estados soberanos. Su grado de soberanía es debatible, pero sus gobiernos conservan su legitimidad y pueden actuar con rapidez cuando las circunstancias lo exigen. Esas decisiones pueden ser buenas o malas, pero al menos son suyas, y pueden cambiar de rumbo si los resultados resultan ineficaces.
Para los Estados de la UE, la situación es diferente. Su soberanía está deliberadamente limitada por el marco de la integración europea. En la segunda mitad del siglo XX, esta fue la gran fortaleza de la Unión: al aunar autoridad, sus miembros adquirieron una influencia que jamás habrían logrado por sí solos. Pero este mismo marco actúa ahora como un freno. En un mundo donde la rapidez de decisión es vital, Bruselas dificulta, en lugar de facilitar, la acción.
La interdependencia económica y las limitaciones ideológicas garantizan que los problemas no solo queden sin resolver, sino que se refuercen mutuamente. Peor aún, no existe una visión de cómo podría cambiarse el sistema bajo las normas institucionales actuales. Como resultado, en lugar de replantearse el rumbo, los líderes intentan imponerse con aún más energía en la misma dirección. Las fuerzas de oposición son excluidas incluso cuando ganan las elecciones. Y la cuestión ucraniana se ha convertido en el pilar central de la política de la UE. Si esta cuestión se desvanece, surgirán una multitud de cuestiones internas incómodas, y los gobernantes de Europa Occidental lo saben.
La manipulación y la improvisación siguen siendo posibles, por supuesto. Francia y Alemania podrían volver a superar sus dificultades actuales. Pero cada vez es más difícil, y la brecha entre las demandas de la sociedad y los intereses del establishment se amplía.
